jueves, 18 de diciembre de 2008

Laborismo ilustrado

Con la bonanza económica y una ética dudosa, cientos de emprendedores se lanzaron a la aventura prácticamente sin un plan. Era la fiebre del oro, sólo había que meter la mano en el río para sacar unas cuantas pepitas. Y así crecieron fortunas al amparo de los edificios en construcción y de los sobres clandestinos. Todos eran felices y comían perdices, los borregos consumían como borregos y los lobos mostraban orgullosos sus heridas de guerra en las discotecas y clubs de moda.

Y hete aquí que fué que llegó a puerto una desaceleración que se hizo crisis, y los lobos que habían encontrado oro a las orillas de los supermercados empezaron a necesitar antidepresivos a saco, porque no tenían ni los conocimientos ni el coraje para enfrentarse a los malos tiempos. Asi que, incapaces de reaccionar, comenzaron a rogar a San Corte Inglés y a FCC, pero ninguno respondió, y acabaron embuclados en su propia desgracia, golpeándose las cabezas y preguntandose porqué, porqué, porqué; y después, cuando, cuando, cuando.

En esto que los borregos que vieron peligrar sus televisiones de plasma, sus BMWs de gama baja y hasta el servicio de recogida de basuras, conscientes de la situación, comprendieron que el barco iba sin rumbo porque el timonel había perdido el norte y la cordura. Tímidamente al principio y con más impetu después, empezaron a tomar las decisiones que aquellos aprendices de empresarios, aislados en sus SPAs, no supieron afrontar.

Todo para la empresa, pero sin la empresa. Ha nacido el laborismo ilustrado.

La revolución silenciosa
Decimosexta edición
Febrero de 2015

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